Mirar para contarlo: Un viaje a Ucrania (4)
Antes de la guerra, Ucrania era un país muy distinto del que es ahora. Por eso, Mirar para contarlo es el relato de un viaje a un mundo que ya no existe.
EN LA FRONTERA ENTRE HUNGRÍA Y UCRANIA
LA FRONTERA ENTRE HUNGRÍA Y UCRANIA se compone de dos puestos que están conectados por un puente de hierro pintado de verde, que atraviesa un río no muy ancho de aguas gelatinosas.
Debido al cuidado con el que se revisan los coches y a cierta cachaza típicamente funcionarial, siempre hay cola y, dependiendo de diversos factores, por ejemplo si es fin de semana o día de diario, hay que prepararse para estar entre los dos puestos por lo menos hora y media.
En el de salida de Hungría los funcionarios te recogen el pasaporte y van leyendo los nombres con mucha seriedad, como si pasaran lista para comprobar la asistencia a alguna fiesta macabra. Una vez comprueban que las caras y los ocupantes coinciden con los documentos, se retiran a un lugar oculto y, se supone, chequean en una base de datos si a uno, por ejemplo, lo busca la Interpol por trata de blancas, delito fiscal o trapicheo con estupefacientes.
Cuando la autoridad competente decide que uno tiene un certificado de penales suficientemente limpio, recibe el permiso de conducir (despacio) hacia el puente de hierro. El dicho puente es, como digo, de aspecto ferroviario y uno, la primera vez que lo cruzó, lo encontró hecho un muladar.
Hoz se nota una mejora. De trecho en trecho hay colgadas unas bolsas de basura en donde los viajeros pueden arrojar los desperdicios que producen mientras se encuentran en tierra de nadie.
El proverbial dramatismo del alma eslava aflora en este puente, quizá como reminiscencia de aquellos tiempos en los que la gente estaba loca por cruzarlo – si bien en el sentido contrario al que lo hacemos nosotros, del comunismo al capitalismo-
Por ejemplo, un conductor del cual me aseguran que es eslovaco –mi desconocimiento del idioma me impide confirmarlo- trata de colarse en la fila. Otro, le cierra el paso y, al final, se monta una tangana que termina resolviendo un soldado vestido de camuflaje (uniforme, por cierto, muy poco tranquilizador) que se lleva a todos los disputantes al cuartelillo.
EN EL PUENTE VERDE hace calor y la cola avanza a paso de trono de semana santa.
Tras una media hora llegamos al segundo puesto fronterizo, también tomado por coches que pareciera que huyen del diluvio universal. Fardos de todos los tipos, niños de todas las edades que para huir del calor corretean como polluelos bajo la mirada vigilante de sus madres.
Uno de los coches, por cierto, lleva matrícula española. Según la placa está comprado en Meco, en las cercanías de Madrid. De este vehículo se baja un hombre uniformado con lo que parece ser el atuendo proletario ucraniano (las famosas bermudas de las que hablaba más arriba, la camiseta sin mangas, las chanclas) y departe con el guardia fronterizo o policía de aduanas (un hombre tan delgado que uno se pregunta en dónde lleva los riñones )
Nuestro caso, sin embargo, no lo examina él, sino una mujer policía. Por suerte, no la Svetlana que parece ser la jefa de la unidad, la cual posa en uniforme de gala (gigantesca gorra de plato) en una foto en la que solo falta un rottweiler de fauces babeantes.
Nuestra policeguoman, en cambio, va teñida de pelirroja, tiene la piel muy blanca y los ojos muy azules. Además, cosa insólita, sonríe.
-Pasaportievski, porfavovski – dice. Le tendemos los documentos y va leyendo los nombres.
Al llegar al mío, lo pronuncia algo así como “Fransesco”. El niño se siente en la necesidad de puntualizar (en ucraniano):
-Paco: nombreski suyokov is Pakovski – o sea: Paco, se llama Paco.
(Luego, claro, le tengo que explicar al chaval que lo de Paco no es oficial, pero la verdad es que me cuesta un rato porque antes tengo que explicarle qué es el latín, quiénes eran los romanos y por qué a San Francisco de Asís le llamaban “Pater Comunerus”).
Pasada la aduana, reemprendemos el viaje a través de una ancha franja de tierra de aspecto lunar.
Por fin, hemos entrado a Ucrania.
(Continuará)
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